Persistencia y destino: el camino que me llevó a Origen Lab
- Andrés Navarro - Navas

- 9 mar
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 10 mar

Ingresar a este espacio de formación no fue sencillo. Mi terquedad, mi insistencia y la certeza de que debía estar ahí fueron las que me abrieron las puertas. Origen Lab es un colectivo cinematográfico que ofrece, entre otras cosas, un diplomado inmersivo de escritura para directores indígenas o personas vinculadas al medio. Yo no soy indígena, solo alguien de ciudad, pero mi historia sí lo es. Sabía que debía estar ahí porque estaba construyendo una relación que entretejía dos comunidades: la comunidad cristiana y la comunidad indígena, dos mundos a los que Cristina Bautista perteneció y sigue perteneciendo. Necesitaba comprender ambas cosmovisiones para contar su historia con criterio y respeto.
Al principio, solo quería hacer un video homenaje y lo publiqué en redes sociales, pero sentía que debía ir más allá. Explore otros formatos que no eran suficientes, hasta que decidi que debía ser una película documental. Así llegué a Origen Lab. No había cupo, pero fui haciéndome espacio. Me dijeron que no podrían certificarme, y respondí que no me interesaban los títulos, sino el aprendizaje. Luego, que necesitaba un aval de un resguardo, y les aseguré que lo conseguiría. Finalmente, me reafirmaron que no había cupo, y propuse ir como asistente, sin ocupar un lugar oficial, incluso apoyando en la logística si era necesario.
El día en que inició la formación, recibí una llamada de Yuli Wanga. Me contó que alguien había cancelado su participación en el diplomado y que, si llegaba en 30 minutos, el cupo sería mío. En ese momento estaba pegando una publicidad en los congeladores de Rico Postre , pero dejé todo a medias y salí corriendo al lugar donde se llevaría a cabo la formación. Serían 45 días intensivos con nueve directores indígenas que llevaban sus historias para ser contadas y replantadas en colectivo. Solo había cupo para diez personas, y yo había logrado entrar.
El que canceló llamó horas después diciendo que había solucionado su percance y que sí asistiría. Para entonces, yo ya estaba adentro. Al principio, solo había cupo para diez, pero su cancelación me abrió espacio. Sin saberlo, me permitió entrar, y cuando confirmó su regreso, ya estaban los diez iniciales y yo.
Así fue como logré entrar. No me inscribí esperando ser aceptado; me inscribí e hice que las cosas pasaran. Aun sabiendo que el diplomado estaba diseñado para comunidades indígenas, hice todo lo humanamente posible para estar ahí. No sé si fue el primer día o poco después, pero recuerdo que saludé a Yuli y ella me dijo: "Ya estás aquí, los espíritus así lo querían". En ese momento pensé en el mundo espiritual y lo asocié con mi fe cristiana. No importaba cómo cada uno percibía la realidad espiritual; Algo más grande estaba entretejiéndonos. Esa conexión añadió una nueva dimensión y profundidad a la historia que había llevado conmigo, abriendo caminos para seguir desarrollándola.
Todos viajaron desde sus diferentes resguardos, desde distintas partes de Colombia, para la formación. El alojamiento era en una casa en el centro de la ciudad. Había estado en diplomados antes, pero nunca en uno tan inmersivo. La formación era todo el día, había cine-foros en la noche, y casi todos trasnochábamos o madrugábamos para avanzar en nuestras historias y conocer las de los demás. Me impactó cómo cuestionaban mi película. Nunca había encontrado en otro espacio una retroalimentación tan relevante, tan fuerte y confrontante a la vez.
Hasta que, en una de las rondas entre todos los asistentes, respondiendo preguntas y haciendo otras, descubrí el tema redentor de mi película. Entendí que no era solo un homenaje lo que quería hacer, sino que, en el fondo, necesitaba procesar un duelo que no había aceptado hasta ese instante.


Comentarios